martes, 8 de noviembre de 2011

Oficina de quejas


-El siguiente por favor.

Tras un par de horas en la fila, por fin a María le llega su turno. Al ingresar encuentra sentado frente a un escritorio, a un hombre corpulento ataviado con traje gris, camisa blanca y corbata torcida, quien con ambas manos aprisiona una torta que se lleva a la boca. Imposibilitado para hablar le indica con un movimiento de cabeza que tome asiento. María le entera la razón de su presencia.

-Licenciado, venía a que me hicieran válida esta garantía.

-¿Referente a qué?

-Mire, hace poco más de dos años, adquirí en esta casa comercial un muchacho con fines de noviazgo y opción a matrimonio. Ni siquiera había cruzado una sola palabra con él, pero el catálogo hablaba maravillas de este chico. Yo la verdad puse en duda tanta belleza. Los hombres honestos, trabajadores, responsables, cariñosos, comprensivos y sin vicios ya se extinguieron y tengo mis reservas para creer que alguna vez poblaron la Tierra, por lo que no creí ni en la mitad de lo que me aseguraban. Pero se me dijo, como lo constata la segunda cláusula de esta garantía, que si Roberto no respondía cabalmente a las expectativas prometidas en el contrato de compra venta, me sería devuelto el total del importe pagado. La oferta me pareció ventajosa, que podía perder, si las cosas se daban encontraría a la persona que me diera la estabilidad anímica que anhelaba, y si no pues podría regresarlo a cambio de mi dinero. Pero desafortunadamente el muchacho resultó una amenaza tanto para mi tranquilidad emocional como para mi físico, por lo que exijo me devuelvan mi dinero y pasen a recoger a Roberto a mi departamento a la mayor brevedad.

El hombre sostenía con una mano la torta y tras limpiarse la barbilla con el dorso de la mano libre, la extendió hacia la garantía.

-Déjeme verla.

-¡Cuidado! –La mujer la retiró un poco, evitando que los dedos sucios la tocaran- aquí dice que no será válida si presenta raspaduras o enmendaduras.

-Descuide, conozco lo que dice –se estiró lo suficiente para apoderarse del documento- Le aseguro que enchiladuras y engrasaduras son válidas.

Luego de leer algo soltó la hoja con desdén sobre el escritorio.

-¿Qué piensa?

La mujer tuvo que esperar a que el licenciado diera una nueva acometida con su voraz mandíbula a la torta, y engullera totalmente el bocado, para que afirmara.

-Tiene todos los sellos y las firmas necesarias.

-Entonces recuperaré mi dinero.

-Sí, La Casa Comercial Luna de Miel, siempre le cumple con cabalidad a sus clientes. Pero primero, como parte de un procedimiento de rutina, necesitamos que nos indique en qué puntos falló nuestro muchacho.

-A pues mire –tomó el documento- En el inciso “a” me prometían respeto, pero se la pasa lanzándome críticas por mi sobrepeso.

-¡Ah! Entonces cumplió con el “f”, el cual afirma que es sincero.

-¡Licenciado!

-Disculpe, no es lo que piensa, me refiero a que ese apartado dice que si en su relación… –suspende la frase, luego poniendo cara de enfadado- ¡Bah! Que se yo de lo que ha ocurrido en su relación. Prosiga, prosiga, sólo usted sabe lo que ha vivido.

-Bien. El “b” asegura que Roberto es abstemio, y cada tres días llega a la casa con la mirada perdida, caminando como péndulo y oliendo a rayos. La semana pesada todo briago intentó besarme, yo que detesto el olor a tequila, le puse las manos en el pecho, para impedir que cumpliera su cometido, y él se molestó tanto por el desaire, que empuñando la mano hizo trizas el inciso “c” que garantiza la no violencia, al provocarme una hemorragia nasal.

-Aaaaah –el licenciado hizo un gesto de irritación.

-Verdad que fue un acto horrible.

-No, que acto ni que acto –escupe algo en el cesto de basura- El jitomate está rancio. Doña Ramona no sé dónde diablos compra sus verduras, no es la primera vez que utiliza jitomates en mal estado.

-Puedo continuar.

-Adelante, adelante, la sigo escuchando.

-Los apartados “d” y “e” hablan de que es responsable y que le gusta salir de paseo los fines de semana. De lo responsable nada, tengo yo siempre que andar pidiendo prestado para pagar el agua y la luz, por que Roberto no hace caso, ya estoy buscando trabajo por que al lado de este hombre una se muere de inanición, y sobre lo de su afición a salir los fines de semana, tengo que admitir que es correcto, pero se va solo y me tengo que quedar en casa aburriéndome a cuatro paredes. ¿Qué le parece?

-Tiene sobrados motivos para estar molesta –lo dice mientras se enrolla la corbata en el dedo índice- ¿Tiene algo más que agregar?

-Por supuesto. Haber el inciso “f” me prometía sinceridad, creo que no comentaré nada al respecto para evitar sus alusiones personales. Pero el “g”, ¡ay! El “g” dice que es cariñoso y romántico. Pues la verdad sí había serenatas y cenas románticas; había, hablo de tiempo pasado, existieron esas hermosas demostraciones de cariño que hacen a una creer que ha encontrado al hombre perfecto, pero esto solamente ocurrió durante el noviazgo por que en cuanto nos casamos todo se ter…

-¡Aaaaah! –la interrumpió, señalándola con el dedo índice como quien pilla a un niño en plena travesura.

-¿Qué ocurre? –preguntó María llevándose las manos al pecho.
-¿De modo que ya se casaron?

-Sí, hace 6 meses. ¿Hay algún problema?

-Al contrario, todo se ha disuelto como esta sal de uvas –y vertió un sobrecito de sal de uvas en un vaso con agua, agregando después- la compañía se libera de cualquier compromiso con usted.

-No entiendo.

-Lea por favor lo que dice hasta abajo.

-¿Hasta abajo?

-Eso he dicho.

-¿Las letras chiquitas?

-Sí

-Haber, dice… Impreso en imprenta multiformas.

-¡Nooo! –poniéndose de pie caminó en derredor del escritorio hasta ponerse al lado de la mujer.

-Aquí, haga el favor de leer aquí.

-Pero, aquí sólo hay unos puntitos.

El licenciado haciendo gala de impaciencia le arrebató el documento. Al comprobar que efectivamente sólo se distinguían unos puntitos, movió con dificultad su obeso cuerpo, hasta el sitio en donde se encontraban los cajones del escritorio. Una gota de sudor le corrió de la sien a la mejilla izquierda, mientras se inclinaba para abrir un cajón y extraer de él una enorme lupa del tamaño de una raqueta de tenis. Volvió a hacer el fatigoso recorrido de tres metros, para poder entregarle el escrito y la lente de aumento, sin pronunciar palabra.

María movió la lupa de arriba hacia abajo hasta que pudo distinguir letras.

-Ya está. Haber aquí dice… “La garantía pierde su vigencia en cuanto el cliente contraiga matrimonio con la persona adquirida en La Casa Comercial Luna de Miel” ¡En la torre!

-Lo siento mucho. Fue un placer atenderle. El siguiente por favor.


Autor: Miguel Sánchez.

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